La niebla siempre es misteriosa, atractiva, especial, mágica. Por eso, hacer fotografía con ella es de lo más apetecible para mí. Porque ya sé que alguna de las fotografías que haga...será diferente a las que hago habitualmente.

Me levanto una mañana, bien temprano y al asomarme a la ventana miro que han puesto un escenario diferente en la calle...HAY NIEBLA. No dispongo de mucho tiempo, mi cámara tiene que estar lista.

La Nikon F-301 dormía desde hacía varios días con un carrete Ilford FP4 Plus, deseando salir a la calle.

Por fin llegó el día.

Callejeé y callejeé de forma rápida. No veía nada que me llamara la atención para fotografiar. Creí que me había equivocado de rumbo, pues iba andando y no me daba tiempo a volver por el coche para buscar otros lugares. 

Me giré y vi un descampado. Ahí estaba, lleno de gotas de rocío, de hojas frías, de seres minúsculos. Divisé una tela de araña, generosamente grande. Con su habitante incluida.

Las gotas de rocío se habían posado por esas maravillosas líneas. Creí estar viendo un collar de cristal. Y no pude contenerme.

Sin molestar a la araña, me acerqué muy despacio.

Ahí estaba, para mí, llena de vida y de generosidad. Me dejó quedarme un par de minutos, los suficientes para no sentirnos mal ninguna de las dos.

Luego, las ramas y las flores que habían allí eran como pequeñas joyas. Todas llenas de gotas.

Los pocos humanos que aparecieron se perdieron entre la bruma que los engullía cada vez más.

Me sentí como en un cuento, uno que tendrá una continuación... porque volveré a salir con niebla con mi cámara y las ganas de contaros historias a cada fotografía.

Me sentí tan a gusto que quise formar parte del lugar en forma de autorretrato.

Vuelvan pronto, son bienvenidos.